Comentario
Primera escaramuza dentro de México
Quiso Cortés un día entrar en México por la calzada y tomar cuanto pudiese de la ciudad y ver qué ánimo ponían los vecinos; mandó decir a Pedro de Albarado y a Gonzalo de Sandoval que cada uno acometiese por su estancia, y a Cristóbal de Olid que le enviase algunos peones y unos cuantos de a caballo, y que con los demás guardase la entrada de la calzada de Culuacan de los de Xochmilco, Culuacan, Iztacpalapan, Vitcilopuchtli, Mexicalcinco, Guitlabac y otras ciudades de alrededor, aliadas y sujetas, no le entrasen por detrás. Mando asimismo que los bergantines fuesen a raíz de la calzada, guardándole la espalda por entrambos lados. Salió, pues, de su real muy de mañana con más de doscientos españoles y hasta ochenta mil amigos, y a poco trecho hallaron a los enemigos bien armados y puestos en defensa de lo que tenían roto de la calzada, que sería cuanto una lanza en largo y otra en hondo. Peleó con ellos, y se defendieron un gran rato detrás de un baluarte; al fin les ganó aquello y los siguió hasta la entrada de la ciudad, donde había una torre, y al pie de ella alzado un gran puente, con muy buena trinchera, por debajo del cual corría gran cantidad de agua. Era tan fuerte de combatir y tan temible de pasar, que sólo su vista espantaba, y tiraban tantas piedras y flechas, que no dejaban llegar a los nuestros; pues aun así lo combatió, y como hizo llegar junto a sí a los bergantines por una parte y por la otra, lo ganó con menor trabajo y peligro del que pensaba; lo cual hubiese sido imposible sin ayuda de ellos. Cuando los contrarios comenzaron a dejar la trinchera, saltaron a tierra los de los bergantines y luego pasó por ellos y a nado el ejército. Los de Tlaxcallan, Huexocinco, Chololla y Tezcuco cegaron con piedra y adobes aquel puente. Los españoles pasaron adelante y ganaron otra trinchera que estaba en la principal y más ancha calle de la ciudad; y como no tenía agua, pasaron fácilmente y siguieron a los enemigos hasta otro puente, el cual estaba alzado y no tenía más que una sola viga; los contrarios, no pudiendo pasar todos por él, pasaron por el agua a todo correr, para ponerse a salvo. Quitaron la viga y se pusieron a la defensa; llegaron los nuestros y estancaron, porque no podían pasar sin echarse al agua, lo cual era muy peligroso sin tener bergantines; y como desde la calle y baluarte y de las azoteas peleaban con mucho corazón y les hacían daño, hizo Cortés asestar dos tiros a la calle y que tirasen a menudo las ballestas y escopetas. Recibían con esto mucho daño los de la ciudad y aflojaban algo de la valentía que al principio tenían; los nuestros lo comprendieron y se arrojaron algunos españoles al agua, y la pasaron. Cuando los enemigos vieron que pasaban, abandonaron las azoteas y la trinchera, que habían defendido durante dos horas, y huyeron. Pasó el ejército, y luego hizo Cortes a sus indios cegar aquel puente con los materiales de la trinchera y con otras cosas; los españoles, con algunos amigos, prosiguieron el alcance, y a dos tiros de ballesta hallaron otro puente, pero sin trinchera, que estaba junto a una de las principales plazas de la ciudad; asentaron allí un tiro con que hacían mucho mal a los de la plaza; no se atrevían a entrar dentro, por los muchos que en ella había. Mas al cabo, como no tenían agua que pasar, se decidieron a entrar; viendo los enemigos la determinación puesta en obra, vuelven las espaldas y cada uno echó por su lado, aunque la mayoría fueron al templo mayor; los españoles y sus amigos corrieron en pos de ellos. Entraron dentro, y a las pocas vueltas los arrojaron fuera, que con el miedo no salían de sí. Subieron a las torres, derribaron muchos ídolos y anduvieron un rato por el patio. Cuahutimoccín reprendió mucho a los suyos porque así huyeron; ellos volvieron en sí, reconocieron su cobardía y, como no había caballos, revolvieron sobre los españoles y por la fuerza los echaron de las torres y de todo el circuito del templo, y les hicieron huir graciosamente. Cortés y otros cuantos capitanes los detuvieron y les hicieron hacerles frente debajo de los portales del patio, diciendo cuánta vergüenza era huir. Mas al fin no pudieron esperar viendo el peligro y aprieto en que estaban, pues los impelían duramente. Se retiraron a la plaza, donde hubiesen querido rehacerse, mas también fueron echados de allí; abandonaron el tiro que poco antes dije, no pudiendo sufrir la furia y fuerza del enemigo. Llegaron a esta sazón tres de a caballo, y entraron por la plaza alanceando indios; cuando los vecinos vieron caballos comenzaron a huir, y los nuestros a cobrar ánimo y a revolver sobre ellos con tanto ímpetu, que les volvieron a tomar el templo grande, y cinco españoles subieron las gradas y entraron en las capillas y mataron a diez o doce mexicanos que se hacían fuertes allí y se volvieron a salir. Vinieron otros seis de a caballo, se juntaron con los tres, y prepararon todos una celada, en la que mataron más de treinta mexicanos. Cortés, entonces, como era tarde y estaban los suyos cansados, hizo señal de recoger. Cargó tanta multitud de contrarios a la retirada, que si no fuera por los de a caballo, peligraran muchos españoles, porque arremetían como perros rabiosos, sin temor ninguno, y los caballos no aprovecharan si Cortés no tuviera aviso de allanar los malos pasos de la calle y calzada. Todos huyeron y pelearon muy bien; que la guerra lo lleva. Los nuestros quemaron algunas casas de aquella calle, para que cuando entrasen otra vez no recibiesen tanto daño con piedras que de las azoteas les tiraban. Gonzalo de Sandoval y Pedro de Albarado pelearon muy bien por sus cuarteles.